El apego es un vínculo afectivo que se desarrolla entre dos individuos por medio de sus interacciones reciprocas de consuelo, cuidado y placer. Esta capacidad de crear vínculos emocionales con individuos particulares es un componente básico de la naturaleza humana. La conducta de apego tiene una función biológica, que consiste en obtener protección para asegurar la supervivencia, y la otra de carácter más psicológico, la de adquirir seguridad. 

El apego surge cuando estamos seguros de que la otra persona estará a tu lado incondicionalmente. Suele aparecer en el primer año de vida con sus progenitores/cuidadores. Esta figura de apego puede cambiar a lo largo de la vida. 

J. Bowlby, Mary Ainsworth y sus investigadores realizaron una clasificación de dos grandes grupos de tipos de apego: Apego Seguro versus Apego Inseguro. 

El apego seguro se da en el 65% de los casos. Los niños con apego seguro, son capaces de separarse de los padres, es decir, pueden ser cuidados por otras personas y aceptar su consuelo en cierta medida. Cuando la figura de apego se marcha se intranquilizan y les saludan con afecto a su regreso. 

Los niños con apego seguro son más empáticos, menos disruptivos, menos agresivos y más maduros que los niños con estilo de apego inseguro. La capacidad de respuesta de los padres influye directamente en el vínculo de apego. Estos niños son más felices, ya que sus padres han sabido satisfacer sus necesidades. En su vida adulta tienden a ser más estables emocionalmente, suelen establecer relaciones más duraderas y de confianza, buscan apoyo social cuando lo necesitan y suelen tener una buena autoestima. 

En el apego inseguro los lazos afectivos son generadores de malestar, debido a la falta de empatía y de sensibilidad hacia las necesidades del menor, y generan una representación del mundo como poco confiable y predecible. 

Dentro del apego inseguro podemos encontrar tres tipos; el primero es el apego inseguro ambivalente; este se da en un 10% de los casos. Cuando la figura de referencia se marcha se inquietan mucho, al regreso suelen permanecer cerca de ellos pero se muestra molestos y se resisten al contacto. Suelen desconfiar de los extraños. Los niños en la vida adulta tienden a ser más inseguros y excesivamente dependientes. Son reacios a acercarse a los demás. Tienden a relaciones frías y distantes. 

El segundo es el apego evitativo que se da en el 20% de los casos. Suelen mostrar poco malestar cuando son separados de su figura de apego, y a su regreso suelen huir de ella. Socializan bien con los extraños. De adulto suelen tener problemas en las relaciones sociales y amorosas. Suelen ser reservados, tienen dificultades para compartir pensamientos y sentimientos con otros. 

Y el tercer apego es el desorganizado, este se da entre el 5 y un 10 % de los casos. Es una combinación de los dos anteriores. No actúan con normalidad delante de los padres, tiende a actuar como cuidadores de los padres. Los padres que actúan como figuras de miedo y tranquilidad para un niño, contribuyen a un estilo de apego desorganizado, ya que se siente al mismo tiempo consolado y asustado por el mismo padre, esto les genera confusión. De adultos tienden a ver a los demás con distorsiones, sus relaciones tienden a ser volátiles. 

Para crear un vínculo seguro es necesario establecer normas y límites bien definidos, debemos tener una buena comunicación con los niños, siempre con afecto, empatía, sensibilidad y una buena disposición. 

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